15 de noviembre de 2014

CRONICA ALUMNOS- Ganó el 8


Ganó el 8
Por Santiago Codina

El servicio metereológico anunció: Nubosidad variable. Tiempo desmejorando. Probabilidad de chaparrones y tormentas aisladas. Algunos apostadores precavidos sostienen el paraguas bajo el brazo, como un objeto molesto de cargar pero que servirá en la vuelta a casa. Una apuesta a futuro. Otros en cambio, miran el cielo encapotado desde las tribunas con un aire de preocupación.
 Las carreras de caballos no están de moda, como sí lo están las máquinas tragamonedas en los lujosos bingos de alfombras rojas y sonidos electrónicos, con melodías de fantasía. La convocatoria ya no es lo que supo ser en los años dorados donde en las tribunas no había donde sentarse.

Tristeza. Los jockeys desfilan con caballos exaltados. Algunos tienen los ojos fuera de órbita y golpean la cabeza bruscamente con el aire. Los jinetes sonríen y saludan al escaso público que se acerca a la pista para ver con mejores ojos su caballo favorito, aquel que les alegrará la tarde nublada. Los animales caminan domados con una mezcla de molestia y violencia reprimida, se van a comer la pista. Arriba un hombre pequeño con chaqueta azul y roja y un casco de montar, se para sobre los estribos y sonríe mientras se menea al compás del caballo. Da la impresión que hombre-animal son uno solo, por la coordinación del movimientos al andar. Abajo, el purasangre es llevado a la fuerza cerca de la reja con cerco vivo, ahí donde los apostadores saludan con revistas enrolladas bajo el brazo, como un arrollado de dulce de leche, sin más relleno que números y nombres como Lucky Day o Rue Royal.
En la tribuna oficial hay una veintena de personas, cincuentones y bien vestidos. “Valor de la entrada a la tribuna oficial 5$” advierte un cartel impreso en hoja A4 pegado con cinta scotch en una de las columnas de entrada. Al ingresar, un guardia sentado al costado de una mesita de plástico se concentra en su revista de autodefinidos, no mira a quien entra sin pagar lo que dice el cartel. El hall es un lugar limpio, amplio, de grandes espejos con marcos de madera dura y varias filas de asientos de plaza. Ocho televisores de pantalla plana transmiten en vivo lo que sucede a unos metros. Aquí no hay mujeres, salvo las que venden los boletos de apuesta.

Campana de largada

Ancianos que apenas pueden caminar intentan trotar hacia la boletería. Otros, con unos años menos suben la escalera, hacia la pista para ver la carrera desde la tribuna. El resto se acomoda en los bancos de madera blancos y se frotan las manos o prenden un cigarrillo o charlan con su vecino apostador. En los escalones de cemento hay varias filas de asientos individuales de plástico, la gran mayoría vacíos. Los caballos no están de moda.
Desde la tribuna oficial se ve la tribuna “Padock”, que significa “lugar donde se exhiben o desfilan los animales”. Allí el panorama es bien distinto. En las gradas hay dos personas mayores. Por debajo, en el playón que lleva a la cercanía con los caballos una familia: padre, madre y cuatro hermanas. Él analiza una revista de apuestas, mientras la madre amamanta a la más pequeña o pequeño. Los bebés no parecen tener género los primeros meses de vida. Tres niñas de no menos de diez años corretean entre las baldosas flojas atrás de una pelota de tenis.

Suena una bachata de fondo

Adentro, atrás de la tribuna popular, la gente se agolpa frente a los televisores. No hay asientos como en la otra tribuna y los televisores son de tubo. Desde la puerta de entrada al hall no se ve ninguna mujer y el penetrante olor a pis recuerda los pasillos del sector visitante de la bombonera. Hay más gente adentro frente a las pantallas que en la tribuna.
La música desaparece repentinamente. En los altoparlantes oxidados se anuncia la largada.
Un instante de silencio, el viento intenso y el amenazante cielo gris toman protagonismo. Una voz se lo quita. El relato en su conjunto es indescifrable. Palabras sueltas como “toma la delantera” o “el número cinco” aparecen entre un ruido arrastrado e incentiva los gritos.
-¡Vamowalterviejonomá!, ¡Vamowalterviejonomá!- grita un cincuentón con la camisa desprendida mientras golpea su revista enrollada contra la reja.
Los caballos se acercan a la recta final, golpeados violentamente por sus jinetes. Se escucha el choque de los cascos contra la tierra, como tambores in crescendo. La ambulancia sigue la estampida por las dudas. El cincuentón grita, el padre del niño sin sexo se levanta y festeja, la madre se aleja protegiendo al bebé, un grupo de apostadores se queja, los dos solitarios hombres desde la tribuna se muestran eufóricos, los niños olvidan la pelota de tenis y enloquecen, las palomas revolotean, los caballos corren ciegos golpeados por rebenques, los tambores golpean cada vez más fuerte, el polvo en la pista se levanta, la voz del estadio sube cada vez más el tono y parece que el relator se queda sin aire. Cruzan el disco.

Ganó el 8

-¡El 11 lo quebraba! Reclama un hombre canoso.
-Aflojó al final-  le responde otro con anteojos de culo de botella
-¡Vos callate si no ves nada! Lo acusa levantando el brazo un tercero en discordia


Los ánimos se calman. Aparece nuevamente el viento. Los niños retoman su juego y la bachata vuelve a sonar. El padre entra a cobrar su premio mientras que los caballos se alejan ya sin galopar.